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...Y LLEGÓ EL DESARROLLO!

 Hacía calor, el sol brillaba con tantas ganas que lo quería quemar todo. Ese calor húmedo del trópico que nos recuerda la unión entre el fuego y el agua, porque de esa mezcla está hecha nuestra tierra y nuestra gente, gente de vapor que en lluvias de sudo r riega esa misma tierra. Y Tomás no era la excepción, alto para su raza, con los surcos que la yunta de los años labraron en su cara, amaba esas dos "manzanitas" de tierra, que por cierto eran de las mejores de por ahí, ni muy cerca del río que se inundera que regarlas constantemente.

Tomás era del pueblo de allá arriba, era de Suchitoto, ahí había crecido, ido a la escuela. De sus hermanos era el único leído y escribido, pero su vocación no era de maestro, ni de obrero, ni de técnico; él era campesino, hombre de la tierra, tanto que s e podría decir que olía a ella.

Un día a los 17 años, como vivía en el lugar de las flores (que eso es lo que quiere decir Suchitoto) decidió cortar una matita de Chulas que se llamaba Antonia. Así se refería a ella: "mi matita de Chulas", y cuando los amigos le preguntaban por qué, pon ía cara de cipote goloso en feria de pueblo, de esos que hasta babean al ver los elotes locos o los panes con gallina y las chancacas y las conservas y después decía:

-Que no las divisado bien pue? -y continuaba- tiene los ojos chulos, Chula la boca, el pelo chulo, la nariz Chula -y con una risita pícara y las manos al frente de su pecho, terminaba- y las ... también Chulas! decime pue, no es una matita de Chulas?

Y esa matita de Chulas necesitaba de un pedacito de tierra en que sembrarla y en la que se pudiera reproducir y poblarlo todo. Por eso Tomás se esmeró en buscarla y cuando llegaron los rumores de que estaban vendiendo tierra en el llano, se averiguó y con tó su dinero ahorrado y habló con el tata que lo amaba y le dio, y la matita habló con el suyo de ella, y como también la amaba y además sabían que Tomás sería buen marido, también le dio, y entre ahorro y dio y dio, se compraron dos manzanitas, así manza nitas dulces, jugosas, llenas de vida y que ellos harían eternas.

Desde ese día Tomás bajaba, después de terminar su tarea, al llano y empezó por cortar troncos de árboles y sembrarlos alrededor de su tierra - "Porque lo ques diuno hay que cuidarlo"- , y compro alambre de púas y lo puso en los troncos para que los anima les no entraran, y limpió un pedacito primero y la novia bajaba a llevarle café y semita y él le hablaba del futuro, le decía que en aquel pedazo habría tomate, y en aquel otro maíz y en el otro maicillo y en aquel pedacito un gallinero, porque las gallin itas siempre eran buenas, y que después de unos años, pues por qué no? hasta una vaquita con su ternero iban a tener, y que no se preocupara porque aunque no hubiera real, comida no iba a faltar, porque además estaba el río, y la pesca era buena, y entre beso y sueños, palabras y manos, aquellos dos cuerpos se evaporaban juntos; y si se miraba al cielo habían muchas estrellas y si se miraba al llano había una.

El casorio fue pa diciembre, siempre es bueno matrimoniarse en diciembre, la casita ya estaba lista, y estrenada, pero ese era su secreto. Tenía tejas para que amansaran el calor y las paredes eran de adobe; en el corredor estaba el poyo con la leña lista para no apagarse jamás y tenía dos cuartos, los amigos no entendían porque dos cuartos, pero Tomás decía que él y la matita solos, que los retoños deberían estar aparte, que las matitas amontonadas no dan más y todos reían.

Pasaron los años y sí fue cierto, hubo tomate y maíz y maicillo y gallinas y no una sola vaca pero tres con tres terneros, y los retoños de la matita fueron tres también: Tomásito, el mayor, y después Antonio y la chulita, que se llamaba Chula y la bautiz aron como María. Todos crecieron en su tierra y comieron y bebieron de ella y fueron a la escuela pero tampoco era esa su vocación y Tomás orgulloso repetía -"Si es que lo que se hereda no se hurta, estos son como yo, a echarle ganas a la tierra".

Un día en que los Tomases recogían el tomate para llevarlo al mercado del pueblo, bajaron Antonio y la Chulita y venían hablando y riéndose y la mamá que los oyó reír a carcajadas, preguntó.

A la noche cuando los monos se habían dormido y Tomás se fumaba su cigarro y su mujer guardaba los comales y pocillos, los dos callados, él pensaba en la tierra y en lo bien que les había ido, eran la envidia de los cuñados y hermanos y ahora que el Tomas ito ya estaba macizo y los ojos le brillaban al ver a las muchachas, como decía don Nelson, el vecino, se estaba poniendo chúcaro, pues ya era hora de ir mercando tierra para el muchacho. De ser posible ahí; ya había tirado la idea al don Marcos, el de la par, que tenía manzanita y media que no le producía nada, disque porque los cipotes se jueron con unos barbudos que hablaban raro y no volvieron más, así que se quería volver al pueblo, el llano es para los hombres de la tierra y son ellos, así como Toma sito, los que debían tenerla, don Marcos lo entendía y ofrecía facilidades de pago, cuando a lo lejos oyó la voz de la matita:
-Tomás, Tomás!, ya estas soñando dispierto otra vez?
-Quihubo?

Fue entonces que le contó lo que los hijos le habían dicho, le dijo que esa mañana habían llegado a la escuela unos señores de la ciudad a hablar con los cipotes para explicarles que de ahora en adelante todos iban a tener luz y con eso podrían tener tele visores y cocinas eléctricas, y refris y luz sin humo... -Pero mujer -interrumpió Tomás- eso no es malo, porque te priocupa? además si no queremos quién nos obliga? Y la matita siguió contándole con la voz como triste -esto no es bueno Tomás, yo lo siento ; dicen que para que todos tengamos energía hay que cambiar el río, moverlo y hacer un lago, un lago justo aquí en el llano, en nuestra tierra -Pero mi matita de Chulas, si los ríos y los lagos los hace Dios no los hombres, tranquila, estos bichos que no han de haber entendido.- Y con esta explicación ella calló y se acostaron; pero muy dentro sentía algo raro, algo así como cuando supo que estaba en estado la primera vez, como si las libélulas del río que venían a jugar en los guacales de agua se le hub ieran mentido en la panza y lo siguió sintiendo, hasta cuando olvido la razón la sensación persistía.

Y un buen día llegaron los hombres de la capital al llano y midieron y caminaron y hablaron de un tal progreso y modernización y un embalse, que aunque sonaba a balsa, no lo era. Reunieron a todos los que tenían tierras ahí, en las veras del río y les dij eron con palabras que no entendieron algo que si comprendieron, y era que en pos del desarrollo y que para que en la ciudad las casas pudieran tener más focos y más cocinas y unos aires que salen de unos aparatos y unas cajas que tienen micos y hacen bull a, sus tierras iban a ser inundadas y que se les reconocería, en un acto de generosidad del gobierno, el valor de las mismas. Por otro lado si no querían el pisto, igual y mejor para la empresa porque con o sin pisto esa tierra se inundaba y punto, y si q uerían quedarse que se fueran haciendo pescados.

Tomás, su mujer y su hijo, volvieron callados, pisando aquel caminito como queriendo que las plantas de sus pies se abrieran para tragárselo, o como queriendo que el camino se los tragara a ellos, y abrieron los ojos para ver lo que todos los días veían y hasta ese momento se daban cuenta que nunca habían visto, lo verde, lo eternamente verde, las campanulas moradas y rosadas y los árboles que siempre habían estado ahí, y abrieron sus pulmones a los olores de su tierra y sus oídos a sus voces y abrieron sus poros para regar la tierra con lágrimas de sudor, y así, callados, sin hablarse, sin mirarse, decidieron.

Al llegar a su casa las labores diarias se reiniciaron, nadie comento lo oído, nadie dijo nada, los tomates se regaron, el maíz se cortó, se limpió el maicillo, la vida siguió día con día, y en los atardeceres se vieron las carretas, que en lugar de volve r al llano cargadas de mazorcas y caña y pepinos, salían de él cargadas de historias, de vidas, sin ningún destino.

Las malezas empezaron a crecer, a comerse las tierras limpias; eran pocos los que quedaban, algunos, tal vez, por no haber encontrado a donde ir, otros esperando levantar la última cosecha y Tomás y su familia por amor.

-"Tomás, Tomás! "- grito una voz del otro lado de la cerca,- "Tomás" insistió.
-Don Marcos, buen día le de Dios.
-Y vos pa donde vas a agarrar? mira que dicen que en un par de días sueltan el agua.
-Ya veremos don Marcos, ya veremos.
-Mirá, mañana voy a ir a traer el famoso cheque, que yo no entiendo que es eso, pero bueno; venís conmigo?
-Sí, los cipotes también van, nunca hemos ido a la capital todos juntos.
-Te hablo pues?
-ta bueno.

Al día siguiente caminaron al pueblo y al llegar a la plaza se compraron zapatos y vestidos nuevos, y las muchachas cuchicheaban al ver a Tomasito, que estaba grande, con un hermoso color de sol en la piel y el cuerpo joven brillaba por el sudor quedito q ue lo cubría, y los niños no sabían porque sin ser diciembre se les había comprado ropa y zapatos y dulces y pistolas de agua. Era como una segunda Navidad en el año, como debería ser. Fue terminando y agarraron el bus para Aguilares, ahí otra vez: tortil la con carne asada, naranjas fresquitas, gaseosas. La chulita y el Antonio solo pensaban en regresar para contarles a sus compañeros de la escuela todo lo que habían hecho y todo lo que habían comido.

Llegaron a San Salvador y preguntando preguntando, a la colecturía de la empresa, y entre paso y paso, pensaba Tomás para que quería aquella ciudad más luz, para que si se veía tanta, y a lo mejor si se apagaban la mitad de las cajas esas que tenían detrá s de las paredes de vidrio ya no sería necesario que le quitaran, más que su tierra, su vida. Pero no dijo nada, y mientras la matita veía cómo detener a los hijos, los Tomases caminaban sin hablar, como hablándose en silencio, como diciéndose tantas cosa s que sólo ellos entendían. Les dieron el tal cheque y don Marcos sugirió cambiarlo, Tomás dijo que no, que se los podían robar en el camino de regreso. Mejor se llevaban el papelito y lo cambiaban cerca del pueblo. Pero antes de tomar el bus en la terminal, Tomás desapareció por un os minutos, cuando volvió en el barullo de subir al bus no hubo preguntas. Don Marcos se quedó en Aguilares, en casa de un hermano, los demás volvieron al anochecer, y caminaron otra vez en silencio al fondo del llano. Tomás pensaba, para que quería aquel la ciudad tanta luz, si ahí en el llano la luna lo iluminaba todo y vio con profunda pena, con esa tristeza que no tiene fondo, como las luciérnagas, porque eso parecían las luces del caserío, se habían apagado, ya no quedaba ni una... Bueno sí había una: la de ellos, que en unos minutos prenderían los candiles. Cuando llegaron se preparó la comida, otra sorpresa, sopa de gallina!, y Tomás la llamó: Antonia, en veinte y cinco años nunca la había vuelto a llamar así, si hasta se le había olvidado que se llamaba Antonia, pero entendió que seria la última vez que lo oiría, y antes de comer los sentó a todos alrededor en el suelo, en la tierra que ya brillaba de haberla barrido tanto; y preguntó a uno por uno si se querían ir de ahí, y uno por uno respondió que no, entonces saco el papelito del banco y lo puso en el fogón que calentaba la sopa, a ninguno le extrañó, luego saco una caja con unas pastillas blancas y echándolas en la olla les dijo que ya nunca se tendrían que ir. Y comieron y hablaron de las cosas lindas de su casa, de lo que habían aprendido en la es cuela y de lo importante que era regar la tierra con el sudor y las lágrimas porque como eran saladas le daban mejor gusto al maíz, a los tomates, al maicillo . Y se fueron quedando dormidos, sobre la tierra, bajo las estrellas, y entendieron todo, menos por qué aquella ciudad necesitaba más focos y más luces, si las estrellas y la luna en el llano lo iluminaban todo.

LA AUTORA

Aída Elena Párraga, El Salvador © 1997

omartinz@es.com.sv

"Aída Elena Párraga Canas nació en San Salvador en 1966. Incursionó en las artes escénicas desde muy corta edad, destacando entre sus trabajos actorales la participación en el montaje del director Mario Peña de "Ah! Soledad" de Eugene O´neil, así como el papel estelar en "De la misma sangre" del autor salvadoreño Carlos Velis dirigida por el Maestro Emilio Carballido, obra que representó a El Salvador en el Festival Latino de Nueva York en 1990. En su país forma parte del elenco estable de la compañía de teatro Hamlet.
Entre sus proyectos culturales se encuentra la formación del grupo poético Poesía y Más..., integrado por otras tres escritoras con quienes ha desarrollado, en lo que va del año, alrededor de 10 recitales de poesía dramatizada, introduciendo con esto un nuevo concepto, en El Salvador, de actividades poéticas. Dominar el género del cuento, el relato corto, es una de sus ambiciones como aspirante a escritora, la motivan a escribir las historias de la gente común y corriente que deambula por las calles de su país, por sus veredas, por su historia.
Otro de sus proyectos pronto a realizarse es el programa de radio "La Bohemia", revista poética y cultural a través de la cual se dará un espacio a jóvenes poetas y artistas en general para que difundan su producción, este programa se transmitirá en vivo desde los estudios de YSUCA, radioemisora de la Universidad Católica "José Simeón Canas".
Aída es Ingeniero Electricista de profesión, pero nadie se explica ni cómo, ni por qué.

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Yo, un Internetadicto

 

-El primer paso para tu recuperación lo estás dando ahora, al reconocer que estás enfermo y buscar ayuda para curarte-
El tono comprensivo de su voz al decir estas palabras, su mirada condescendiente, el brazo extendido en dirección a mí, todo en él me inspiraba confianza y me invitaba a seguirle contando. Y yo necesitaba contárselo.
-Tenemos que llegar al fondo del problema para poder atacar sus causas. Solamente así te vas a curar-siguió diciendo Fernando. Fernando era mi psicoanalista. En realidad, era más que eso, era mi mejor amigo. Cuando mi mujer, hace ya cinco años atrás, empezó con sus depresiones lo fuimos a ver por recomendación de otro amigo. Las sesiones que tuvimos los tres en esa época salvaron a mi mujer y a nuestro matrimonio, que había empezado a resquebrajarse por las continuas peleas. Le ofrecimos nuestra amistad y él la aceptó, pero no sin antes advertirnos que no podría volver a psicoanalizarnos. Ahora, al cabo de cinco años, rompía ese juramento. Cuando le expliqué por teléfono de qué se trataba, se interesó por mi problema y me dio un turno para el día siguiente. Había oído hablar de la Internetadicción en un seminario, pero yo era el primer paciente con ese problema. Además, me atendería gratis. De todas maneras, yo no podría haberle pagado las visitas, ya que mi enfermedad me había llevado a la ruina económica.
-Contame desde el principio. Cómo empezó todo?-me dijo en tono de confidencia.
-Empezó en mi trabajo. Ahí usábamos el correo electrónico diariamente para comunicarnos con colegas. Nos enviábamos documentos, citas a reuniones, protocolos, todo eso. Un día, me instalaron un programa para "navegar" por el "espacio cibernético", o World Wide Web, como también lo llaman-
-Me vas a tener que explicar que es todo eso. Acordate que yo de eso no sé prácticamente nada-me exhortó Fernando.
-Yo no conozco muy bien los detalles técnicos-confesé-pero se trata de una herramienta para buscar información en una red internacional de computadoras a la cual están conectadas las computadoras de mi empresa: la Internet. La información que buscás puede estar en una computadora en cualquier rincón del mundo. Si encontrás una punta en alguna máquina, podés seguir el hilo hasta llegar a encontrar la información específica que necesitás A eso le llaman "navegar" por el espacio cibernético. Entendés?-
-Creo que algo voy entendiendo. Y te servía para tu trabajo?-
-Al principio, nos pareció interesante. Podíamos acceder a un montón de información que de otra forma nos hubiera tomado semanas encontrarla. Agilizaba bastante el trabajo. Sin embargo, pronto empezamos a meternos por lugares con información menos útil: las fotos de chicas de Playboy, los museos de arte, las bases de datos sobre deportes, hay de todo lo que pidás. Al final, el tiempo que ganábuscar algo sobre Argentina. Llegué a un lugar con información sobre el país, fotos turísticas y la trucha del Presidente. Me sentía emocionado y no era para menos. Después de casi veinte años viviendo en Suecia, gracias a la técnica moderna, podía acceder a información sobre mi país en pocos segundos. Seguí buscando y encontré noticias, dibujitos de Mafalda, chistes de gallegos, de todo. Me sentía como si nunca me hubiera ido. De repente estaba todo tan cerca y no a quince mil kilómetros de acá-
-Pero hasta ese momento no te habías puesto en contacto con nadie, no?-
-No, pero leí en varias partes sobre una lista de argentinos y de un cafetín. Sin comprender que era eso, saqué una lista con nombres y datos personales de los participantes en la lista de los argentinos. Eran como doscientas páginas llenas de nombres, direcciones de correo electrónico y otros datos de argentinos residentes en el extranjero. Empecé a mirar los nombres para ver si veía alguno conocido, sin éxito. Ahí encontré la forma de integrarme a la lista o cafetín, como le llamamos. Envié mis datos y al poco tiempo estaba recibiendo correspondencia electrónica sobre los más variados temas, de argentinos desparramados por todo el mundo-
-Cómo funciona eso?-
-Vos mandás una carta a la dirección electrónica del café y esa carta se distribuye a todos los otros participantes. De esa manera, vos también podés ver las cartas que los otros mandan. Se arman discusiones donde participan varios miembros, se pide y se distribuye información, se rememoran cosas de cuando éramos chicos. Al principio, es muy lindo-
-Te sentías acogido por el grupo?-
-Bueno, al principio sólo leía lo que otros mandaban. Un día me decidí a probar y mandé mi opinión sobre algo que se estaba discutiendo. No me acuerdo que era. Pensé que iba a recibir alguna respuesta, como veía que pasaba cuando algún otro opinaba algo, pero no pasó nada. Me dio un poco de bronca porque sentía como que me ignoraban. Luego escribí una carta con algo que seguramente iba a provocar algunas reacciones, y así fue. Recibí varias respuestas a través del cafetín y otras por vía privada. Algunos estaban a favor de lo que yo había expresado en mi carta y otros estaban en contra y bastante enojados-
-Y eso te hizo sentir importante?-
-Sí, fue como un "kick". Contesté algunas de las cartas que me habían llegado y al ratito vinieron nuevas respuestas. Seguí mandando cosas, más o menos profundas. Todos los días tenía más de cincuenta cartas en mi buzón. Tenía que leerlas y tirarlas ese mismo día, porque si no, se amontonaban y atascaban la computadora. Además, con algunos de los participantes empezamos a cartearnos por vía privada-
-Qué es eso de la vía privada?-
-A pesar de que las cartas pasan por el cafetín, siempre llevan la dirección electrónica del que las envió. De esa manera, podés escribirle directamente a esa persona, sin que los otros del café se enteren de lo que le decís. Me pareció una linda forma de entablar contacto con gente que tenía algo en común conmigo: vivíamos en el mismo barrio, íbamos al mismo colegio, éramos hinchas del mismo club, esas cosas, viste?-
-Y empezaste a descuidar tu trabajo?-
-Claro! Tenía que responder muchas cartas y pensar lo que les iba a contestar me llevaba bastante tiempo. No me podía concentrar en lo que estaba trabajando y esperaba ansioso a que la computadora me anunciara la llegada de nuevas cartas. Y eso que la mayor parte de las cartas llegaban durante la tarde y la noche, cuando yo ya no estaba en el laburo, por la diferencia de horario. Como muchos de los que participan viven en los Estados Unidos y en Argentina, no se ponen activos hasta la tarde. Eso me frustraba. Sentía que me perdía de participar en discusiones o que otros me robaban las respuestas que yo podría haber enviado si hubiera estado en el trabajo a esa hora-
-Pero no podías pasarte todo el día en el trabajo, no?-
-Si hubiera podido, lo hubiera hecho. Me escapaba a otro mundo, sin los problemas del trabajo ni las aburridas tareas domésticas. Mientras tanto, la pila de trabajos aumentaba y en casa desatendía mis obligaciones para con mi familia, ya que estaba con la mente en ese otro mundo. Pero, si no podía estar todo el día en el trabajo, podía llevarme la Internet a la casa-
-Cómo?-
-Con el pretexto de que sería útil para el desarrollo escolar de los niños, compramos una PC para el hogar. Completa, con impresora, modem para conectarla a Internet a través del teléfono, CD-ROM, todo. En el precio entraba una suscripción por un año a Internet. Cuando la familia se iba a dormir, podía seguir con lo que había estado haciendo todo el día en el trabajo. Trabajaba horas extras, je! Ahora podía participar de las discusiones hasta altas horas de la noche. Vivía cansado. No tenía fuerzas para jugar con los pibes ni para hacer el amor con mi mujer. Empezaron nuevamente las peleas con ella. Después de las discusiones, yo me refugiaba y buscaba el consuelo del café. A los tres meses, no aguantó más y se fue. Se llevó a los chicos, la ropa y algunas cosas más y me dejó solo, con mi PC. No puedo decir que lo lamenté. Ahora iba a tener más tiempo para dedicarme a mi hobby, sobre todo ahora que había descubierto el IRC-
-Qué es el IRC?-
-Es una especie de "hot line", un lugar de encuentro donde podés "hablar" con varias personas a la vez. No hablás de verdad, sino que enviás mensajes que llegan inmediatamente a los que están conectados al mismo canal que vos. Hay distintos canales para tratar diferentes temas y también hay uno dedicado a la Argentina. Cuando te conectás al canal, elegís un seudónimo, que es como te conocen los demás. Lo que más me divertía era hacerme pasar por quien no era. A veces me hacía pasar por una chica, otras por un alto ejecutivo, un facineroso, un maricón o un pibito. Los que me identificaban, porque ya me conocían, me seguían la corriente y siempre había algún gil que se enganchaba y me creía todo lo que decía-
-Te sentías poderoso desde el anonimato?-
-A veces me enojaba con alguno y lo puteaba de arriba a abajo. Otras veces, cuando había alguna piba conectada, me ponía romántico y le mandaba besos electrónicos. Siempre me las imaginaba lindas y enamoradas de mí. A los hombres, en cambio, los consideraba competencia y me amargaba si alguno se "levantaba" a alguna de "mis chicas". Algunas veces caía yo también en la jugarreta de otro haciéndose pasar por una piba. Cuando me daba cuenta, me mufaba para el resto del día-
-Te habrás gastado un dineral en llamadas telefónicas, no?-
-Cuando me llegó la cuenta del teléfono, no lo podía creer. No veía la relación, si yo casi nunca hablaba por teléfono. Tardé un rato en darme cuenta que era por la conexión a Internet, pero mientras tenía trabajo la podía pagar. Cuando me echaron, se puso más difícil la cosa-
-Y por qué te echaron?-
-Como dormía poco, comía mal, me la pasaba leyendo los mensajes o conectado al IRC, no cumplía con mis tareas. Además me había vuelto agresivo y no quería que nadie interrumpiera mi entretenimiento con ordenes o preguntas. Mis compañeros de trabajo me odiaban y eso hacía que me metiera más en ese otro mundo. Al final, me llamó mi jefe y me empezó a criticar. Yo me enfurecí y lo agarré del cuello. Si no me sujetan dos que pasaban casualmente por la puerta de su oficina, creo que lo hubiera matado. No me denunció a la policía, pero me hizo firmar la renuncia ahí mismo-
-Hasta ese momento, no sospechabas nada de que estabas mal? Cómo te diste cuenta de que estabas enfermo y necesitabas ayuda de un psicólogo?-
-Un día, después de participar en varias acaloradas discusiones del cafetín, recibí una carta por vía privada de un médico argentino. Me dijo que había estado observando mi participación en el café desde hace algún tiempo y que pensaba que debía ir a un psicólogo. Pobre tipo! Le mandé varias cartas que ahora me dan vergüenza. Llenas de insultos, lo acusaba de estarme espiando y le decía que no se metiera adonde no lo habían llamado y esas cosas. No me contestó y creo que se borró del cafetín. También debe de haber cambiado su dirección. A la noche, cuando me fui a dormir, seguía enfurecido. Cuando me estaba quedando dormido, sentí la voz de mi subconsciente que me decía clarito: "tiene razón". Me desperté sobresaltado, como cuando te parece que están entrando por la ventana para robarte. El corazón me latía a mil por hora y sudaba. Me dije a mi mismo: mañana lo llamo a Fernando apenas me despierte. Pero a la mañana me había olvidado de lo pasado durante la noche y como de costumbre, prendí la computadora apenas me levanté. No me acordé durante todo el día, pero a la noche volví a sentir lo mismo que la noche pasada. Me levanté y puse un cartel grande sobre el teclado de la computadora: "llamá a Fernando!"-
-Creo que por hoy es suficiente. Dejame pensar un poco que tratamiento vas a seguir. Volvé mañana a la misma hora. Y no te digo que trates de abstenerte, porque sé que no lo vas a hacer-

Cuando uno piensa en un consultorio de psicoanalista, se imagina inmediatamente un diván negro y el psicoanalista sentado junto a la cabecera del mismo en un banquito, fuera del campo visual del paciente. El consultorio de Fernando no es así, para nada. Es un departamento, en un edificio bastante antiguo en el centro de Estocolmo. Se llega a él por un ascensor pequeño que sube, lentamente y a los rezongos, los cuatro pisos oscuros y silenciosos. La gruesa puerta de madera deja paso a una antesala con un baño y un colgador de ropa. La salita de espera, con algunas revistas viejas y deshojadas, huele a café rancio y a humo de cigarrillo. La oficina en sí cuenta con una ventana que ofrece una bella vista del lago. El diván y el banquito han sido reemplazados por dos cómodos sillones de cuero negro, donde nos sentamos a conversar. Nos servimos una taza de café cada uno y mientras revolvía el azúcar en el oscuro brebaje, me dio su veredicto.
-Estás muy mal-me dijo-pero tenés cura. Si seguís mis consejos al pie de la letra, te vas a sacar esa manía de encima rápidamente. Tenés que hacer un viaje, conocer gente nueva, realizar nuevas experiencias, estar desconectado por un tiempo de la Internet-
-Sí, suena lindo, pero con qué plata?-
-Vas a tener que vender tus chiches. Aunque te dé pánico ahora, es la única solución. Vendé todo y vas a tener plata suficiente para viajar a algún lugar alejado, aislado de las computadoras y la red-
-No voy a poder! Sé que no voy a poder, Fernando. Voy a llegar a la casa y me va a atrapar, me va a pedir a gritos que no la venda. Me van a faltar fuerzas para hacerlo. Toda mi vida gira alrededor de ella-dije, casi sollozando.
-Lo sé. He visto muchos casos como el tuyo. La gente se da cuenta de que algo les hace mal, pero temen perderlo, por el hueco que les va a quedar cuando "eso" haya desaparecido. Lo mismo que vos sentís por tu computadora, lo siente el fumador, el alcoholista y el drogadicto. Por eso, he pensado un plan. Poné atención!-Me ordenó con voz suave.
-Soy todo oídos, doctor-le contesté, un poco burlonamente.
-Prepará una valija con tu ropa. Yo te busco un pasaje y lo compro a tu nombre. Mañana te paso a buscar por tu departamento y te llevo al aeropuerto. Después voy a tu casa de nuevo y saco la computadora. La vendo y así recupero el dinero del pasaje. Cuando volvás, no la echarás de menos, vas a ver-

Las playas del norte de Mallorca, durante el invierno, despobladas y azotadas por el viento, llenaban de calma mi espíritu. Me sentaba en la arena a contemplar las olas que rompían contra unas rocas bajo el cielo gris. A mi lado, envuelta en un poncho de lana, se sentaba Eva, mi amada Eva. La abrazaba para brindarle calor y proteger su cara del azote de millones de granos de arena, arrastrados por el viento. Permanecíamos allí por horas, hasta que el hambre y el frío nos obligaban a regresar al hotel. Durante esas cuatro semanas, descubrimos que la vida no se termina a los cuarenta, que es posible amar después de haber amado durante años a otra persona. Llegamos por separado, pero ahora volvíamos juntos, dispuestos a probar si ese amor de vacaciones también resistiría los embates de la convivencia diaria. Nos separamos en el aeropuerto, pero con la promesa de llamarmos por teléfono al otro día. Yo estaba ansioso por contarle a Fernando lo de Eva y todo lo maravilloso que me había sucedido durante esas vacaciones. Le llevaba una botella de wisky y una caja de habanos cubanos, comprados en el Tax-free del aeropuerto de Palma.

Eran las seis de la tarde cuando llegué a su consultorio. A esa hora, ya habría atendido a todos sus pacientes y estaría escribiendo los diarios. La puerta estaba sin llave y entré calladamente a la antesala, para darle una sorpresa. Entreabrí la puerta de su oficina y me quedé paralizado por lo que vi: los tarros de coca y las cajas de hamburguesas desbordaban el papelero. La tazas de café se amontonaban sobre el escritorio del antes tan pulcro local. Fernando lucía unas profundas ojeras y una sonrisa perversa se dibujaba en sus labios, de donde colgaba un cigarrillo apagado. Sus dedos bailaban frenéticamente sobre el teclado de mi ex computadora, al ritmo de las luces verdes y rojas del modem. Ojalá que alguien, alguna vez, le haga notar que está enfermo, pensé para mi mismo. No se dio cuenta de mi presencia. Cerré la puerta y bajé en el ascensor con la mente en blanco. Afuera empezaba a nevar.

FIN

 

EL AUTOR

Oscar A. Prada, Suecia © 1996

Oscar.Prada@elema.siemens.se

Óscar Prada nació en la provincia de Buenos Aires, Argentina, el 7 de marzo de 1959. Llegó a Suecia un frío invierno de 1978, con sus padres y hermano. Allí conoció a Patricia, una linda chilena de ojos verdes y cabello negro. Ya llevan 16 años de casados, de los cuales tienen como fruto dos hijos, Andrés de 12 años y Nicolás de 6.
Estudió Física en la Universidad de Estocolmo, pero trabaja en lo que ha sido su hobby de siempre, la informática. Es administrador de sistemas Unix en el laboratorio de rayos-X de la empresa sueco-alemana Siemens Tjänster AB.
Disfruta de la lectura, sobre todo de la literatura hispanoamericana. También intenta escribir algo, como una forma de mantener vivo el idioma materno. Cada vez que puede, viaja con la familia a algún país más cálido que Suecia: España, Italia, Francia o Chipre.
Vive en una casa de madera, verde y blanca, en un suburbio a 30 minutos del centro de Estocolmo. Maneja un Toyota Camry '88, algo oxidado, pero con buen motor. Le gusta cocinar y comer bien, con un buen vino argentino o chileno.

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